domingo, noviembre 20

¿Sufres el síndrome de la rana hervida?


Si se pone una rana en un cazo de agua hirviendo, la rana salta para escapar. Pero si el cazo está al fuego y lleno de agua fría, la rana poco a poco ajusta su temperatura corporal a la del agua, manteniéndose en una cierta comodidad que le impide darse cuenta de que el agua está calentándose y de que si no salta, acabará muerta.

Cuando el agua está a punto de hervir, la rana no puede aumentar más su temperatura e intenta salir, pero como ha gastado todas sus energías adaptándose al agua, ya no le quedan fuerzas suficientes.

Esta fábula de Olivier Clerc convertida por desgracia en un experimento real que demostró que si el agua se calienta a 1,2 grados cada hora la rana permanece dentro del agua y muere, pone de manifiesto los peligros de la sobreadaptación, el conformismo y la falta de contacto interno.

Actuamos bajo el síndrome de la rana hervida cuando nos adaptamos consciente o inconscientemente a situaciones, personas o relaciones que nos resultan perjudiciales y que desfavorecen de alguna manera nuestro bienestar mental, emocional o físico.


El arte de adaptarse a lo dañino

Todos conocemos a alguna persona que nunca se queja, que se adapta a lo que sea, que no discute y que “traga” con casi todo.

También a alguien que mantiene alguna relación desigual, infeliz o abusiva durante largo tiempo. A este tipo de personas se las suele llamar “santas” o “buenazas”, aunque muchas veces lo más acertado sería llamarlas “ranas hervidas”.

Estas conductas hiper-adaptativas, mansas y sumisas que suelen ser vistas como virtuosas (sobre todo si es en referencia a una mujer) suelen ser el resultado de una baja autoestima y de un abandono propio.

Es frecuente confundir o disfrazar el síndrome de la rana hervida con otras actitudes realmente sanas como pueden ser la aceptación, la empatía, el amor o la paz interior.

Como profesionales vemos muchas personas que, confundiendo el amor hacia otra persona con el olvido de si mismos o bajo la creencia de estar manteniendo una actitud de madurez, no están siendo capaces de enfrentarse a la realidad de una situación que les da miedo o les resulta dolorosa.

Este tipo de conducta también aparece en ámbitos como el laboral y en vínculos familiares o sociales poniéndose de manifiesto en relaciones dependientes, manipulativas, interesadas o abusivas.

En el terreno de la pareja, por ejemplo, serían aquellas personas que permanecen en relaciones en las que se ha desarrollado algún tipo de dependencia, desigualdad o abuso emocional, psicológico, físico o económico.

Pero ¿qué nos lleva a no saltar a tiempo del cazo? Algunas de las causas por las que no reaccionamos ante lo que nos perjudica pueden ser:

- Minimizar, no dar la importancia necesaria al malestar o excusarse en que los enfrentamientos “no valen la pena” o “no sirven para nada”.

- No darnos cuenta o no querer ver cómo es la realidad por las expectativas que hemos creado sobre algo/alguien.

- La esperanza de que la situación cambiará con el tiempo (o la persona / actitud, etc…).

- La resignación del “más vale malo conocido…” con la que pensamos que no nos llegará nada mejor.

- La falta de contacto interno y de autoconocimiento que nos impide saber qué nos perjudica, qué queremos o cuáles son nuestras necesidades reales.

- La creencia de que no tenemos suficientes recursos o más opción que la de permanecer en esa situación.

- Cuando las cosas se transforman de manera muy paulatina y es complicado detectar el momento en el que empiezan a cambiar.



Meterse en la olla

La manera más fácil de eludir nuestra responsabilidad en el asunto es culpar al agua, o a quien enciende el fuego, o al propietario del cazo.

Así, nos situamos como víctimas sufrientes de lo que “nos ha tocado” vivir o de lo que “nos hacen” los que calificamos como personas tóxicas (el papel de víctima suele ser bastante agradecido y facilita enormemente la evitación de las responsabilidades).

Sin darnos cuenta, muchas veces nos metemos en la olla y ponemos nosotros mismos el agua a calentar: la anestesia interna en forma de falsa paz y tranquilidad, el “hacer la vista gorda”, permanecer en lo que nos daña y el abandono de lo que realmente necesitamos o sentimos, es lo que nos va hirviendo poco a poco dentro de nuestra propia agua.

Acabamos por desconectarnos y hacer invisibles nuestras necesidades, deseos y emociones reales.

Creemos que el síndrome de la rana hervida, que se presenta en adaptación a elementos externos, también se puede aplicar a elementos internos tales como actitudes, creencias y conductas que tenemos hacia nosotros mismos.

Algunas veces por ser inconscientes, otras por no saber cómo cambiarlas, otras por comodidad o por los beneficios más o menos ocultos que nos suponen… seguimos a pesar de todo repitiendo una y otra vez aquellas actitudes que nos resultan dañinas.

¿Y qué emociones son las que nos hacen permanecer dentro de la olla? El miedo, la inseguridad, la incertidumbre, la baja autoestima, la resignación y la comodidad de lo conocido.

Si bien es cierto que hay situaciones externas que no podemos cambiar, muchas veces la excusa “las cosas son así” es una salida fácil para escabullirnos de nuestra responsabilidades, por lo que se hace necesario aprender a distinguir las ollas de las que podemos saltar de las que no.

Aunque no sea posible cambiar las circunstancias porque a veces no dependen de nosotros, siempre podemos comprometernos en la parte que sí debemos asumir: en la elección de cómo enfrentarnos a ellas, tomar conciencia de cómo nos influyen y adoptar las medidas necesarias para vivirlas de la forma más sana y consciente posible.


¿Qué hacer?

Permanecer en algo que nos daña es indicador de que estamos autoengañándonos, escondiendo emociones, o solamente (en el mejor de los casos) que hemos aprendido a gestionar el malestar que nos produce.

Si permitimos que algo nos dañe, en realidad nos estamos dañando a nosotros mismos.
 Si no ponemos límites a aquello que nos perjudica, nos estamos abandonando…


¿Qué actitudes pueden evitarlo?

- Permanecer en un estado de atención interna, que permita detectar a tiempo que “el agua se está calentando”.

- Aprender a distinguir cuándo es necesario adaptarse y cuándo no, cuándo resulta sano y cuándo solamente es fruto de la inconciencia, el miedo o la comodidad.

- No crear expectativas y asumir que no se puede cambiar a nadie.

- Aceptar la realidad tal y como es, en el presente, y tomar conciencia de cómo nos afecta.

- No aguantar situaciones con la esperanza de que cambien o por “quedar bien”.

- Marcarse límites en lo personal, laboral, etc… y mantenerse fiel a ellos.

- Atreverse a saltar del cazo y ocuparse de aquello que resulta perjudicial, ya sea una persona, una situación o uno mismo. Si tenemos dificultades o no sabemos cómo hacerlo, buscar ayuda terapéutica.

Es obvio que necesitamos relacionarnos con otras personas y por lo tanto resulta necesario hacer algunas adaptaciones. Ser flexibles, empáticos, aceptar circunstancias que no son las que desearíamos y tener en cuenta a los demás son actitudes sanas y deseables, pero siempre teniendo en cuenta unos límites.


Tan perjudicial es ser intransigente e inflexible como ser excesivamente sumiso y adaptativo. Ninguna actitud llevada al extremo resulta beneficiosa.

Cierta incomodidad, miedo o incertidumbre son emociones normales que aparecen cuando realizamos cambios en nuestra vida o nos enfrentamos a lo que nos perjudica.

Aprender a sostenerlas y darnos el derecho a estar bien, nos ayudará a recordar que salir de la olla es un acto de respeto, valoración y amor hacia nosotros mismos.

Fuente: http://psicopedia.org/6391/sindrome-rana-hervida/

lunes, octubre 3

NO DEBES ECHARLE LA CULPA AL DESTINO, SÓLO RESPONSABILIZARTE DE TU VIDA


Búho explicaba con gran sencillez las cosas más complicadas. Un día me dijo: Cada animal decide cómo desea vivir su vida, por eso no debe culpar a otro por lo triste o alegre que sea su existencia.
Él aseguraba que la gran mayoría de los animales buscaban a quien echarle la culpa de lo que les ocurría, perdiendo su valioso tiempo en nimiedades, sólo para evitar hacerse responsable de sus actos.
Todo lo que haces te enfrenta contigo mismo.
Puedes regañarte o felicitarte por algo, pero no cabe la menor duda de que debes aprender de todo lo que te ocurre a diario, dijo con solemnidad. No existe el destino; sólo es una excusa de muchos para justificar lo que les pasa y no reflexionar sobre ello.
Búho creía que muy pocos se sentaban a analizar lo que habían hecho cada día, por eso nunca entendían el aprendizaje que la vida les ponía enfrente.
Búho me sugirió destinar unos minutos antes de dormir para pensar sobre todas las actividades que había realizado durante el día; así descubriría cómo hacer las cosas de manera distinta a la mañana siguiente.
Fue una práctica muy útil.
Todas las mañanas tenía la certeza de que vivía un nuevo día, lleno de oportunidades, diferente a los demás. En cambio, muchos animales afirmaban que la mayoría de días eran iguales, carentes de sentido.
Con la ayuda de Búho aprendí que tenía dos opciones: podía quejarme o bien solucionar mis problemas. Ambas requerían el mismo esfuerzo, por eso la decisión dependía de cada animal. La Cigarra prefería quejarse y, por lo tanto, nunca solucionaría sus problemas.
Mi padre conoció al padre de la cigarra: él me decía que el señor Cigarra pasaba el tiempo quejándose y haciéndose preguntas como éstas:
¿Y si tiembla el suelo? ¿Y si, cuando quiera cruzar el río una corriente me arrastra y me ahogo? ¿Y si quiero cantar y me quedo mudo? ¿Y si cuando cante, se abre la tierra y me traga? ¿Y si me paro junto a un árbol y le cae un rayo? ¿Y si como de esa hierba y es venenosa?
Contaba mi padre que el señor Cigarra se retorcía los dedos cada vez que se hacía una pregunta. Envidiaba mucho al ciempiés porque, al disponer de tantas patas, debía de tener muchísimos más dedos que él para retorcerse.
Mi padre decía que se preocupaba de todo y por todo. Una vez se lo encontró descansando plácidamente en el hueco de un árbol, le dijo:
-          Buenas tardes, señor Cigarra. ¿Cómo está usted?
-          Bien. Aquí nada más pasando el rato.
-          Así me gusta verlo, sin preocuparse de nada, sin hacerse preguntas tontas y sin retorcerse los dedos.
Pero una vez que mi padre terminó de decir eso, el padre de la Cigarra comenzó nuevamente con sus lamentaciones.
Mi padre decía que no vale la pena angustiarse por cosas que aún no han sucedido: es mucho mejor dedicar ese tiempo a pensar en cosas realmente importantes, aquellas que pueden influir en nuestra vida, en la de nuestros seres queridos y en la comunidad donde vivimos. En resumen, situaciones que están en nuestras manos remediar.
Tampoco podemos esperar a que las cosas se resuelvan por si solas, es necesario poner nuestro empeño en ello.
Desde niño supe que no existen los milagros, sólo los resultados.
Mi padre decía que muchos animales creen en la suerte o en alguna divinidad que les concede bendiciones, pero no se dan cuenta que todo lo que les ocurre es resultado de sus actos.
Siempre me repitió que no existe la suerte, solo los resultados. También me insistió en no esperar a que todo llegue sin hacer nada. Eso nunca ocurrirá, así que es mejor construir lo que queremos para nuestra vida, eso sí que será seguro.
Esperar un milagro es propio de necios, afirmaba Búho. Sólo ellos aguardan a que las cosas cambien sin trabajar para ello.

Fuente: Libro: La hormiga que bailaba durante el invierno. Autor: Juan Antonio Guerrero Cañongo

lunes, marzo 21

DEPRESIÓN. YO TENÍA UN PERRO NEGRO

“Yo tenía un perro negro llamado Depresión” es un cortometraje educativo realizado por Organización Mundial de la Salud que tiene como objetivo ayudarnos a comprender lo que verdaderamente supone la depresión para las personas que la padece.

No obstante antes de ver el vídeo debemos destacar que la metáfora de usar la imagen del perro negro como la depresión se remonta a la expresión que Winston Churchill utilizó para describir su melancolía. Este poderoso político británico que combatió al nazismo con fiereza manifestó que con frecuencia se veía atrapado en la depresión, una bestia que lo acompañó siempre y que lo poseyó durante los últimos años de su vida.
Un perro cuyos lúgubres aullidos atormentan la mente de quien los escucha, sometiendo su vida a la angustia, la pesadez y la apatía.    
Cuando la claridad se vuelve dolor y sombra
La depresión no es una elección ni tampoco un signo de debilidad. No hay nadie que pueda decidir sobre esta sentencia. No funcionamos de esa manera ni tenemos un botón que active nuestra capacidad para sentirnos bien o mal.

Así, a todos puede pasarnos. Un día, de pronto, todo pierde sentido para nosotros. No hay nada que nos motive, que nos anime o que nos merezca levantarnos de la cama. El perro negro comienza a hacerse más y más grande, haciéndonos sentir profundamente tristes e irritables.
Su presencia nos agota y nos agobia, la angustia nos invade y nos vencen las circunstancias, alimentando a nuestro perro negro sin fuerzas ni ganas. A veces somos más conscientes de la presencia del animal pero también existe la posibilidad de que en cierto momento nos dé un respiro. Eso no significa que haya desaparecido.

Un perro negro causando insomnio
La inestabilidad es su especialidad, lo cual contribuye al aislamiento social y emocional. Cuando te acompaña el perro negro puedes acabar por sentir que no mereces la compañía de aquellos que tienes al lado o que no eres capaz de darle a nadie lo que necesita.
Es habitual comenzar a ver al perro negro al tiempo de haber tenido que lidiar con una pérdida emocional, con un cambio vital importante o, simplemente, un día cualquiera como consecuencia de “la gota que colmó el vaso”.
Habrá momentos en los que el perro negro esté más pesado y otros en los que esté más revoltoso, pero tener la certidumbre de que permanece a nuestro lado es asfixiante. Por eso es importante que acudamos a un profesional de la salud mental, psicólogo o psiquiatra, pues ellos pueden ayudarnos a darle coherencia emocional a la existencia y el acecho de este perro negro.

Existen tantos perros negros como personas, por lo que ninguno de nosotros está libre de peligro. Así, si no conocemos la depresión en primera persona, debemos tener cuidado de juzgar y hacer comentarios hirientes y críticos a las personas que lo padecen.

Personas con perro negro
No nos olvidemos, todas estas sugerencias son tan FALSAS como PELIGROSAS: 
“Estás así porque quieres”, “Anda, levántate y haz algo con tu vida”, “Eres un flojo o una floja”, “Tienes una edad para andar con infantilismos”, “No llores, no es para tanto”, “Eres un cobarde”, “Enfréntate a la vida de una vez y déjate de tonterías”…

Si alimentamos este estigma, estamos alimentando la idea de que hemos elegido sufrir. No incendiemos nuestra mente de un diálogo interno que desmerece y menosprecia nuestras emociones y problemas. El perro negro existe y da sombra a millones de personas en el mundo. Comprendamos y ofrezcamos ayuda.




Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/yo-tenia-un-perro-negro-el-corto-que-nos-ayuda-a-comprender-la-depresion/