A lo largo de la vida de un ser humano hay ciertos momentos
en que nos encontramos ante una situación en la que se avecina – o se precipita
– algún cambio importante, al que nos solemos referir como crisis
personal. Además de aquellas que se
consideran cíclicas y que están influidas tanto por la biología como por la
norma social, que podríamos llamar las transiciones de etapa evolutiva – el
paso a la vida adulta, la llegada o no de los hijos, la crisis de los cuarenta,
etcétera -, están los que marca la particular biografía de cada persona.
No son obligatorias, ni todos atravesamos las mismas crisis,
como se tendía a pensar antiguamente, pero nadie se escapa de verse ante una
encrucijada vital, ya venga impuesta por un acontecimiento inesperado y
desagradable o sea un proceso gestado largo tiempo. Estos momentos de paso de
una etapa vital a otra diferente se caracterizan por la aparición de malestar
psicológico – sobre todo de tipo emocional – más o menos acusado, tensiones
internas provocadas por un exceso de rumiación mental y siendo más específico,
una sensación de bloqueo, impotencia y confusión. Cuando nos encontramos en ese
punto en que el malestar se hace tan evidente que no podemos ignorarlo – aunque
hay quien hace titánicos esfuerzos para no escucharlo, incluso pueden aparecer
somatizaciones: nuestro cuerpo nos indica que hay un asunto pendiente que es
urgente que atendamos.
En el fondo, en cada tránsito o crisis personal hay dos
procesos paralelos e inseparables: uno, el de afrontar la pérdida de aquello
que necesitamos soltar, y el otro, el de buscar nuevos caminos futuros. El
primero suele estar presidido por la tristeza – no deja de ser un duelo – y la
frustración por vernos en este trance, que se traduce en irritabilidad. En el
segundo el protagonista es el comprensible miedo a la incertidumbre pues,
aunque tengamos cierta intuición o idea de por dónde queremos avanzar, no hay
ninguna garantía de que conseguiremos lo que deseamos. Si además no hemos
indagado demasiado en qué necesidades no hemos cubierto con la situación que
tenemos ni cómo vamos a hacerlo, la ansiedad se puede disparar a niveles
bastante elevados. Súmese a todo esto la impotencia que nos genera la sensación
de pérdida del control de la situación, y si el cambio viene desde fuera – mi
pareja me ha dejado, me han despedido del trabajo inesperadamente – esta
impresión se agrava.
¿Qué se puede hacer ante una crisis personal? Tanto si hemos terminado los
estudios y ahora tenemos dudas sobre por dónde tirar, si hemos sufrido una
ruptura de una relación larga, o si nuestros hijos se han emancipado y nos
hemos quedado solos en casa, nos vemos abocados a hacer balance de cómo nos ha
ido hasta ahora. No solo nos va a permitir valorar la experiencia vivida que
dejaremos atrás, con toda la tristeza y nostalgia que conlleva, sino que de
esta valoración es de donde se obtienen las claves de nuestro rumbo futuro: qué
creemos que nos ha fallado, qué nos falta o nos sobra en este momento de la
vida, cuál ha sido la evolución propia nos ha llevado hasta este punto, qué
recursos tenemos para hacer frente a un imprevisto y de qué alternativas
disponemos para manejar el nuevo escenario.
Este análisis se suele realizar mientras además tratamos de
lidiar con el comprensible desbordamiento emocional, en el que no es raro que
aparezcan sentimientos de culpa al decidir desprendernos de parte de nuestro
presente o de ansiedad existencial cuando abordamos el futuro inmediato. Y es
que este tipo de dilemas parten de una paradoja vital: sabemos perfectamente
cuantificar la pérdida, porque conocemos nuestra situación actual, pero no
tenemos ni idea de qué ganaremos con el cambio, más allá de posibles hipótesis.
Una especie de “salto de fe” sin garantías de éxito, pero que es necesaria para
evolucionar hacia futuras situaciones más o menos estables. Cambiamos certezas
por posibilidades, y esto asusta.
Aquí es importante hacer una precisión, ya que la corriente
de positividad representada por el mundo del coaching y la psicología positiva
amenaza con esconder una realidad incómoda: no todas las transiciones vitales
son a una etapa mejor, más feliz y plena. De hecho, de las que nos vienen
impuestas por azar – porque el azar es el factor más determinante de nuestra
existencia -, la estadística nos dice que la probabilidad de empeorar es la
mitad. E incluso algunas evolutivas relacionadas con nuestra biología; por
ejemplo, cuando aparecen los primeros achaques y limitaciones fisiológicas
producto de la edad. O uno de los momentos de crisis personal para no pocas
mujeres es el que ocurre cuando se despiden de su capacidad de ser madres. Por
no hablar de la pérdida de un ser querido.
Estas readaptaciones son las más difíciles, en las que es
imprescindible cultivar una actitud de tipo estoico, minimizar el impacto
negativo en la medida de nuestras posibilidades y aceptar la nueva situación,
recordando aquella máxima de Heráclito de que “todo fluye y nada permanece”,
para esperar un nuevo giro de los acontecimientos: en algún momento nos veremos
ante cambios de otra naturaleza que puedan paliar la situación.
Hacer balance no solo implica atravesar el duelo por lo que
dejamos, valorando aquello que nos ha aportado, rescatando aquello que nos deja
en cuanto a experiencia e identificando los aprendizajes que nuestros errores
nos señalaron. También una reflexión de si nuestra vida va por el camino que
querríamos, si renunciamos o abandonamos algún proyecto o meta importante, si
nos hemos dejado llevar – mucho más frecuente de lo que nos gusta reconocer -,
y en ese caso, qué vamos a hacer para tratar de remediarlo. Es decir, un fuerte
componente de autocrítica que no es fácil ni agradable de experimentar; en
algún caso va a suponer la renuncia definitiva a algún camino que nos habíamos
planteado y una aceptación de limitaciones o de la mala fortuna. Pero también
pueden resultar, contando con ayuda profesional si nos vemos muy atascados,
puntos de inflexión hacia un estilo más auténtico o trayectorias nuevas que no
habríamos contemplado en otro caso.
Fuente: http://www.hylepsicologia.com/2020/01/28/crisis-personal-cuando-toca-hacer-balance/