A veces, cuando
las cosas nos van bien, tenemos la extraña percepción de que algo falla. Es una
sensación curiosa, una mezcla de frustración, desánimo e insatisfacción que nos
sorprende y nos parece difícil de aceptar teniendo en cuenta nuestras circunstancias.
Las cosas parecen ir bien, pero en ese momento nos sentimos como si algo no
estuviera funcionando correctamente. En estas condiciones es tentador ponernos
profundos y creer que algo importante va mal, que "en el fondo" las
cosas no nos llenan o que esa vida no es para nosotros. Pero la realidad, en la
mayor parte de los casos, suele ser mucho más sencilla. Lo que falla no es el
“qué”, es el “cómo”. Dicho de otra forma, el problema no está en nuestras
relaciones, ni en nuestro trabajo, ni las cosas que tenemos, el problema está
en la forma en la que vivimos nuestra relación con esas cosas.
¿Qué sentido
tiene estar jugando con nuestros hijos o acariciando a nuestra pareja mientras
pensamos en los problemas del trabajo?
Lo primero que
habrá que revisar es cómo distribuimos nuestro tiempo. Es nuestro recurso más
valioso. Es lo que antes se va a terminar, lo que antes echarás de menos y lo
más importante, es lo único que nunca podrás recuperar si lo pierdes. La clave
es elegir bien en qué lo invertimos. Tenemos que asegurar que las cosas que
hemos elegido, aquellas que nos parecen realmente importantes, tengan tiempo
suficiente. No tiene sentido quemar nuestros días en pequeñas distracciones o
apagando fuegos puntuales que en ocasiones ni siquiera nos importan. Nos
distraemos con esas cosas solo porque no nos paramos a pensar qué pintan en
nuestras vidas o porque no hemos sabido decir que no a alguien. La clave está
en asegurarnos de que lo verdaderamente importante tenga un hueco en nuestra
agenda y no aplazarlo ni un instante. Si hay algo que de verdad queremos hacer,
tenemos que hacerlo ya, ¡cuanto antes! No tiene sentido esperar a que ocurra
solo, porque lo más probable es que nadie lo haga por nosotros.
Centrar el foco
En segundo lugar
debemos recuperar el control de nuestra atención. La atención es el foco, el
objetivo de la cámara con la que miramos al mundo. Sentimos, pensamos y
actuamos sobre aquello a lo que atendemos. Y tenemos un pequeño problema, no
podemos atender a todo. Por eso debemos elegir, seleccionar una parte del mundo
y dejar la otra fuera. Así, el mundo, nuestro mundo, será solo una pequeña
parte del mundo real. La buena noticia es que podemos elegir qué parte de ese
mundo haremos nuestra. Es importante saber que si nosotros no ejercemos ese
control, alguna parte poco racional de nuestro cerebro lo hará por nosotros,
con todo lo que eso significa.
Cuando algo nos
apasiona somos capaces de asumir más riesgos para conseguirlo y resistimos
mucho mejor la frustración
Por si esto
fuera poco, también están las agencias de comunicación, empresas de tecnología,
redes sociales, etc., todos están luchando por conquistar un pedacito de ese
recurso, y creedme cuando digo que cuentan con gente muy buena y lista pensando
cómo hacerlo. Por eso es tan importante recuperar el control de nuestra
atención. Estar realmente presente, atentos a lo que ocurre, es lo que hará que
nuestro tiempo sea de calidad. ¿Qué sentido tiene estar jugando con nuestros
hijos, acariciando a nuestra pareja o leyendo un libro apasionante mientras
pensamos en los problemas del trabajo, el mal resultado de nuestro equipo o las
últimas noticias cargadas de pesimismo? Probablemente este es el gran desafío
de nuestro tiempo, ser capaces de estar presentes en aquello que realmente nos
importa, de situar toda nuestra atención en aquello que nosotros hemos elegido,
sin mezclarlo con nada ni nadie que no lo merezca.
La flexibilidad,
el ingrediente definitivo
Lo último que
debemos tener en cuenta es cuánto y en qué vamos a esforzarnos. El esfuerzo
suele ser una consecuencia de la pasión. Cuando algo nos apasiona somos capaces
de asumir más riesgos para conseguirlo y resistimos mucho mejor la frustración
y los contratiempos que ocurren mientras lo intentamos. Pero en ocasiones
pasión y esfuerzo no van de la mano, y es en estos casos cuando nos sentimos
más confusos. Cuando esto ocurre es posible que nuestro esfuerzo esté
encaminado a huir o a prevenir ciertas cosas que nos asustan o nos preocupan.
En estos casos no nos sentimos satisfechos, ni felices, nos sentimos, en el
mejor de los casos, aliviados. Estamos seguros de que existen situaciones en
las que este esfuerzo por prevenir lo que nos asusta está completamente
justificado, pero en la mayor parte de los casos, el problema es sólo que no
nos hemos parado a pensar lo suficiente. La clave es si queremos vivir huyendo
de lo que nos asusta o luchando por lo que nos importa, porque no siempre son
compatibles y de la elección que hagamos dependerá en gran medida que
consigamos o no nuestros objetivos más preciados.
Resumiendo, si
consigues gestionar a la perfección tu tiempo, decidir de manera completamente
autónoma a qué vas a atender y esforzarte única y exclusivamente en aquello que
realmente te apasiona, lo siento pero me temo que tampoco serás feliz. La
perfección es una de esas cosas que nos llevan a perder tiempo en correcciones
innecesarios, a despilfarrar nuestra atención en detalles irrelevantes y a
esforzarnos en prevenir errores absurdos. El ingrediente principal para que
esta receta funcione es la flexibilidad. Así que luchemos por ser mejores cada
día a día mientras disfrutamos de vez en cuando de nuestra humana y maravillosa
imperfección, ¡mucha suerte en el intento!
Fuente: http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2013-11-05/tres-cosas-importantes-hay-en-nuestra-vida-tiempo-esfuerzo-y-atencion_50142/