Caracterizamos como
“dependientes emocionales” a aquellos que no pueden cortar un vínculo que los
desquicia pero tampoco pueden soportarlo. Llegan desestabilizados y confusos a
la consulta mostrándonos que la brújula de su universo afectivo es el trato de
su pareja, sus expectativas de amor y atención se han tornado patológicas,
puesto que con el afán de alcanzarlas anulan el resto de su vida en un proceso
lento e insidioso signado por la frustración y la expectativa de cambio.
Con el nombre de
“dependencia emocional” el colega Jorge Castelló ha categorizado un
padecimiento muy particular que se da en las relaciones de pareja
disfuncionales. Siendo un motivo de consulta clínica muy frecuente y al cumplir
nuestros pacientes con una serie de criterios específicos, Castelló
explica la permanencia y el pánico a la separación del dependiente: “El
patrón más habitual de relación de pareja de un dependiente emocional es el de
sumisión e idealización hacia el compañero-a, por la baja autoestima que suele
tener. Pero lo más significativo es que estas personas, habitualmente mujeres,
afirman con rotundidad que continúan queriendo con locura a sus parejas. Y no
sólo eso, sino que una ruptura de una relación de este tipo vendrá seguramente
acompañada de intentos desesperados de retomarla, o bien del inicio de una
nueva pareja de similares características”. La evaluación clínica de estos
pacientes, muchas veces en riesgo, señala la coexistencia de distintos
trastornos psicológicos en las fases más agudas de la dependencia (todas las
áreas de desarrollo vital se encuentran afectadas).
En la dependencia
emocional la fase de
enamoramiento se confunde con la desestabilización cotidiana:
el tiempo acrecienta emociones de amenaza (temor constante a la pérdida),
aumento de la obsesividad, comportamientos de control excesivos, necesidad
constante del otro. Esto suele entenderse como un despliegue amoroso y trágico
(como el que los griegos asignaban al “eros”), es decir, el torbellino de una
pasión inextinguible. La obsesividad, disminución de nuestra serotonina, no se
acompaña de la gratificación y desarrollo personal que pondera al amor por
sobre otros vínculos.
El enamoramiento
como “fase” del amor, conduce a un vínculo relajado de afecto y
compromiso. Estará en cada pareja la posibilidad de renovar a diario la pasión,
pero la química cerebral, lejos está de la magia o el flechazo de cupido.
El proceso de consolidación de un vínculo amoroso, también genera cambios en el
organismo. La naturaleza ha determinado que la fase de enamoramiento sea la
iniciación, y no la permanencia, de cambios químicos que siguen a otros
conducentes a la relajación. Esta salvedad es la nos permite comprender por qué
en las relaciones
patológicas no se arriba a la “ tranquilidad” y “mutuo compromiso”; no se
alcanza la “fase de permanencia” que se explica en el siguiente
video. Hay una oscilación constante entre el impacto del enamoramiento y el
miedo a la ruptura, el sistema nervioso no es ajeno a estas emociones
turbulentas que son las que predisponen afecciones anímicas
No resulta
sencillo que los pacientes con esta problemática acepten las características de
personalidad de su pareja. Es frecuente que se culpen de las reacciones
hostiles que reciben, dando lugar a inversiones constantes de la
responsabilidad respecto del malestar. Asimismo, demandan aquello no les es
dado espontáneamente y que refiere a las bases de un vínculo estable (atención,
afecto, cuidado); los dependientes suelen entregar estos componentes de manera
maximizada, por eso también estos vínculos carecen de simetría.
¿Qué
hace exactamente un sujeto con este padecimiento frente a una elección de pareja,
cómo es “su futura pareja”? Lo llamativo y propio del cuadro es que “idealizan a sus
parejas y los escogen con unas características determinadas: ególatras, con
gran seguridad en sí mismos, fríos emocionalmente, etc. El narcisismo de estas
personas es la contrapartida de la baja autoestima de los dependientes
emocionales, por eso se produce esta idealización y fascinación. Las relaciones
de pareja atenúan su necesidad, pero siguen sin ser felices. De todas maneras
tampoco esperan serlo porque su existencia es una sucesión de desengaños y no
tienen el componente esencial del bienestar: quererse a sí mismos. Este
componente, por otra parte, es fundamental para poder llevar a cabo relaciones
de pareja sanas, equilibradas y mutuamente gratificantes. Esta sensación de
tristeza y de vida torturada se manifiesta con claridad cuando nos damos cuenta
de que realmente no echan de menos el afecto y a veces el respeto que la pareja
debería tenerles, simplemente es algo desconocido para ellos. Esto es algo que
resulta difícil de entender cuando tratamos con estas personas. Las personas
con rasgos paranoides y antisociales tienen algo que produce fascinación EN
DETERMINADAS PERSONAS. Estas personas pueden ser dependientes emocionales, que
ven a individuos con estas características como a gente superior, con una
autoconfianza extraordinaria y con una arrogancia que confunden con valía. El
problema de tener la autoestima muy baja es que se idealiza al que la tiene muy
alta, o al que destaca sobre los demás por cualquier motivo”. (Castelló Blasco,
J.) Un libro muy conocido de autoayuda “Mujeres que aman demasiado”, de
Norwood, cita infinidad de casos donde esta falta de equidad vehiculiza
grandes desequilibrios emocionales.
Nos
encontramos con personalidades aparentemente “fuertes” en otras esferas,
pero absolutamente vulnerables respecto de los avatares del vínculo amoroso, al punto de
tolerar muchas veces infidelidades -o vivir con sospechas- que llevan a
conductas controladoras y demandantes (lo cual aumenta la comunicación negativa
y fija comportamientos recurrentes donde se pretende “chequear” el
compromiso/amor del otro). Es destacable, que la dependencia, si fuera
sexual, tendría otras características.
Quien no haya
trabajado esta problemática podría suponer que “los dependientes” son sujetos
débiles, de poco alcance en su desarrollo personal. Es significativo que ocurra
lo contrario; en general tienen gran capacidad de afrontamiento y desarrollo en
otras áreas que no son la pareja, son sujetos autónomos, profesionales, lo cual
constituye una suerte de “coraza” en tanto que nadie, al conocerlos,
sospecharía de este padecimiento vincular. La dependencia “emocional” no se
expande a la toma de decisiones ni al desempeño de rol del sujeto. Estas
características son cruciales a la hora de evaluar la pertinencia o no del
diagnóstico. “En mi opinión la dependencia más fuerte, con muchísima
diferencia, es la emocional. El componente sexual tiene su relevancia pero no
influye en determinados comportamientos como la sumisión, la idealización de la
pareja, la autoanulación, la ansiedad por una temida separación, etc. Además,
si la dependencia fuera únicamente sexual no sería necesariamente con una única
pareja, podría ser con varias simultáneamente”( Castelló Blasco, J.)
“La dosis hace al
veneno”
(Paracelsus)
“En los vínculos
amorosos hay un cierto grado de dependencia emocional que por supuesto es
completamente normal y saludable; es más, es el componente imprescindible para
que las parejas funcionen. La diferencia entre la dependencia emocional
patológica y la "normal" es únicamente de grado, es cuantitativa y no
cualitativa. Dicho de otra forma, todos somos (o la mayoría) un poco
dependientes emocionales, pero en un grado no patológico. De igual forma, puede
existir gente un poco desconfiada sin necesidad de ser paranoide. La
dependencia emocional como tal tiene un trasfondo patológico que implica
sumisión, desequilibrio, autoanulación que puede implicar riesgo vital,
aversión a la soledad, baja autoestima, etc.” (Castelló Blasco, J.). En la
dependencia “normal” los miembros de la pareja potencian su desarrollo individual,
la emocionalidad que sostiene la relación es positiva, aún cuando –como en
cualquier relación- puedan existir conflictos pasajeros
“Los dependientes
tienen pánico ante la ruptura y gran posibilidad de padecer trastornos mentales
en caso de que se produzca. De hecho, uno de los dos motivos principales de
consulta de los dependientes emocionales es el padecimiento de una
psicopatología (generalmente, un episodio depresivo mayor) tras una ruptura.
Este sufrimiento se puede producir con una persona que ha hecho la vida imposible
o que incluso ha maltratado al dependiente emocional. En estos casos, el paciente no deja de
recordarnos a un toxicómano en pleno “síndrome de abstinencia”…
... es
más, son muy frecuentes la negación de dicha ruptura y los continuos intentos y
exhortaciones para reanudar la relación. Es necesario añadir que esta
tormenta emocional amaina milagrosamente cuando aparece otra persona que cubra
las necesidades afectivas del dependiente, y es muy frecuente que la ruptura se
produzca cuando se tiene ya otra relación. Cuando esto se produce, el centro de
la existencia pasa a ser la nueva pareja. La diferencia con personas “normales”
es que éstas suelen guardar un periodo que podríamos calificar como de duelo
tras una ruptura amorosa, período en el que no se tienen muchas ganas de tener
a otra persona porque la anterior todavía ocupa un lugar privilegiado. Tienen
un miedo e intolerancia terribles a la soledad, base de su comportamiento ante
las rupturas, de su necesidad de otra persona, del apego y parasitismo que
tienen hacia ella u otras personas, etc. Esta intolerancia a la soledad se debe
a que la relación del dependiente consigo mismo es muy negativa; con otras
palabras podemos afirmar que no
se soportan” (Castelló Blasco, J.) La adquisición de nuevos patrones vinculares, en la
psicoterapia, solo es posible cuando hemos interrumpido el circuito
“pérdida-nuevo vínculo” y se ha logrado una clara consciencia del origen del
malestar.
Respecto de los
aprendizajes que pueden llevar a la elección de parejas con características
puntuales, que conllevan a una relación disfuncional, solemos encontrarnos con
importantes polaridades. Quienes han aprendido a delegar sus espacios
personales en función de los “otros”, estando la génesis de la dependencia en patrones vinculares que
remiten a familias con roles desdibujados, por un lado. Y en su
extremo, quienes en
independencia de los modelos familiares, adoptan una actitud “altruista”,
sintiendo más atracción por sujetos inestables, toscos, con dureza emocional,
considerando que necesitan “ayuda” y “afecto” para convertirse en seres
amables, estables emocionalmente, confiables.
En ambos casos, la expectativa y
el quehacer por el “cambio” de la pareja mantienen las fases de mayor malestar
sin que haya deseo de ruptura.
Al respecto dice
Castelló:“Las causas de la dependencia emocional son lo suficientemente
extensas y complejas. No obstante, sí podemos anticipar que, entre otros
factores, la mezcla de carencias afectivas tempranas y el mantenimiento de la
vinculación emocional hacia las personas que han resultado insatisfactorias son
las responsables de la génesis de la dependencia.
El tratamiento es principalmente psicoterapéutico y a largo plazo, porque desde
mi punto de vista la dependencia emocional es un trastorno de la personalidad
en sus formas más graves y crónicas (suele haber una sucesión casi
ininterrumpida de relaciones muy tormentosas y desequilibradas). Antes hemos
hablado sobre la sensación de tristeza e infelicidad que planea sobre las vidas
de los dependientes emocionales; el estado de ánimo es por tanto disfórico y
con tendencia a las rumiaciones sobre posibles abandonos, sobre el futuro de la
relación, el miedo a la soledad y qué podrían hacer para mitigarlo, etc. En
consecuencia, la sintomatología ansiosa también es relevante. Las
comorbilidades más frecuentes son, por tanto, con trastornos depresivos y ansiosos, y hay que considerar
la posibilidad de antecedentes de trastornos de la alimentación como la
anorexia o la bulimia. Autoestima y autoconcepto muy bajos.
Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que así como el miedo a la soledad
es uno de los rasgos distintivos de los dependientes emocionales, la falta de autoestima ,
aunque esto en ocasiones no es así en tanto pueden desarrollar habilidades a lo
largo de su vida en las cuales adquieran confianza y seguridad -por ejemplo en
el área laboral-” (Castelló Blasco, J.).
Consideramos que la dependencia emocional presenta una sintomatología que la
distingue de estos trastornos, y requiere un abordaje específico centrado
en los patrones vinculares, pero no podemos obviar la asociación de esta
conflictiva a otros trastornos.
El tratamiento cognitivo conductual comienza con el establecimiento de objetivos terapéuticos a corto, mediano y largo plazo, priorizando aquellos problemas que más están afectando al sujeto al iniciar la terapia.
El tratamiento cognitivo conductual comienza con el establecimiento de objetivos terapéuticos a corto, mediano y largo plazo, priorizando aquellos problemas que más están afectando al sujeto al iniciar la terapia.