miércoles, noviembre 7

¿QUÉ ES LA DEPENDENCIA EMOCIONAL?

Caracterizamos como “dependientes emocionales” a aquellos que no pueden cortar un vínculo que los desquicia pero tampoco pueden soportarlo. Llegan desestabilizados y confusos a la consulta mostrándonos que la brújula de su universo afectivo es el trato de su pareja, sus expectativas de amor y atención se han tornado patológicas, puesto que con el afán de alcanzarlas anulan el resto de su vida en un proceso lento e insidioso signado por la frustración y la expectativa de cambio.


Con el nombre de “dependencia emocional” el colega Jorge Castelló ha categorizado un padecimiento muy particular que se da en las relaciones de pareja disfuncionales. Siendo un motivo de consulta clínica muy frecuente y al cumplir nuestros  pacientes con una serie de criterios específicos, Castelló explica  la permanencia y el pánico a la separación del dependiente: “El patrón más habitual de relación de pareja de un dependiente emocional es el de sumisión e idealización hacia el compañero-a, por la baja autoestima que suele tener. Pero lo más significativo es que estas personas, habitualmente mujeres, afirman con rotundidad que continúan queriendo con locura a sus parejas. Y no sólo eso, sino que una ruptura de una relación de este tipo vendrá seguramente acompañada de intentos desesperados de retomarla, o bien del inicio de una nueva pareja de similares características”. La evaluación clínica de estos pacientes, muchas veces en riesgo, señala la coexistencia de distintos trastornos psicológicos en las fases más agudas de la dependencia (todas las áreas de desarrollo vital se encuentran afectadas).
 
 
 
En la dependencia emocional la fase de enamoramiento se confunde con la desestabilización cotidiana: el tiempo acrecienta emociones de amenaza (temor constante a la pérdida), aumento de la obsesividad, comportamientos de control excesivos, necesidad constante del otro. Esto suele entenderse como un despliegue amoroso y trágico (como el que los griegos asignaban al “eros”), es decir, el torbellino de una pasión inextinguible. La obsesividad, disminución de nuestra serotonina, no se acompaña de la gratificación y desarrollo personal que pondera al amor por sobre otros vínculos.
Es decir, no se trata de un  enamoramiento que se prolonga, sino de un malestar que se acrecienta con fuertes emociones hacia la otra persona en detrimento del propio bienestar (en nombre de “la pasión”).
En la dependencia el anclaje emocional está dado en esta fase: el aparente “enamoramiento”. Parece siempre que recién se ha "comenzado", la presencia del otro termina siendo más un alivio que una gratificación; esta distinción no es sencilla de hacer para quien está en una relación disfuncional. Todos los componentes que estamos mencionando también provienen de los procesos neurales implicados – de los que hoy la ciencia da cuenta-;  en el estadío de enamoramiento se  que producen fuertes modificaciones cerebrales.
Audio: El cerebro enamoradoFuente: www.youtube.com
/watch?v=e4PIx5v6Te4&NR=1
 
El enamoramiento como “fase” del amor,  conduce a un vínculo relajado de afecto y compromiso. Estará en cada pareja la posibilidad de renovar a diario la pasión, pero la química cerebral,  lejos está de la magia o el flechazo de cupido. El proceso de consolidación de un vínculo amoroso, también genera cambios en el organismo. La naturaleza ha determinado que la fase de enamoramiento sea la iniciación, y no la permanencia, de cambios químicos que siguen a otros conducentes a la relajación. Esta salvedad es la nos permite comprender por qué en las relaciones patológicas no se arriba a la “ tranquilidad” y “mutuo compromiso”; no se alcanza la “fase de permanencia” que se explica en el siguiente video. Hay una oscilación constante entre el impacto del enamoramiento y el miedo a la ruptura, el sistema nervioso no es ajeno a estas emociones turbulentas que son las que predisponen afecciones anímicas
 
 
No resulta sencillo que los pacientes con esta problemática acepten las características de personalidad de su pareja. Es frecuente que se culpen de las reacciones hostiles que reciben,  dando lugar a inversiones constantes de la responsabilidad respecto del malestar. Asimismo, demandan aquello no les es dado espontáneamente y que refiere a las bases de un vínculo estable (atención, afecto, cuidado); los dependientes suelen entregar estos componentes de manera maximizada, por eso también  estos vínculos carecen de simetría.
 
¿Qué hace exactamente un sujeto con este padecimiento frente a una elección de pareja, cómo es “su futura pareja”? Lo llamativo y propio del cuadro es que “idealizan a sus parejas y los escogen con unas características determinadas: ególatras, con gran seguridad en sí mismos, fríos emocionalmente, etc. El narcisismo de estas personas es la contrapartida de la baja autoestima de los dependientes emocionales, por eso se produce esta idealización y fascinación. Las relaciones de pareja atenúan su necesidad, pero siguen sin ser felices. De todas maneras tampoco esperan serlo porque su existencia es una sucesión de desengaños y no tienen el componente esencial del bienestar: quererse a sí mismos. Este componente, por otra parte, es fundamental para poder llevar a cabo relaciones de pareja sanas, equilibradas y mutuamente gratificantes. Esta sensación de tristeza y de vida torturada se manifiesta con claridad cuando nos damos cuenta de que realmente no echan de menos el afecto y a veces el respeto que la pareja debería tenerles, simplemente es algo desconocido para ellos. Esto es algo que resulta difícil de entender cuando tratamos con estas personas. Las personas con rasgos paranoides y antisociales tienen algo que produce fascinación EN DETERMINADAS PERSONAS. Estas personas pueden ser dependientes emocionales, que ven a individuos con estas características como a gente superior, con una autoconfianza extraordinaria y con una arrogancia que confunden con valía. El problema de tener la autoestima muy baja es que se idealiza al que la tiene muy alta, o al que destaca sobre los demás por cualquier motivo”. (Castelló Blasco, J.) Un libro muy conocido de autoayuda “Mujeres que aman demasiado”, de Norwood, cita infinidad de casos donde esta falta  de equidad vehiculiza grandes desequilibrios emocionales.  
 
 
 
Nos encontramos  con personalidades aparentemente “fuertes” en otras esferas, pero absolutamente vulnerables respecto de los avatares del vínculo amoroso, al punto de tolerar muchas veces infidelidades -o vivir con sospechas- que llevan a conductas controladoras y demandantes (lo cual aumenta la comunicación negativa y fija comportamientos recurrentes donde se pretende “chequear” el compromiso/amor del otro).  Es destacable, que la dependencia, si fuera sexual, tendría otras características.
 
Quien no haya trabajado esta problemática podría suponer que “los dependientes” son sujetos débiles, de poco alcance en su desarrollo personal. Es significativo que ocurra lo contrario; en general tienen gran capacidad de afrontamiento y desarrollo en otras áreas que no son la pareja, son sujetos autónomos, profesionales, lo cual constituye una suerte de “coraza” en tanto que nadie, al conocerlos, sospecharía de este padecimiento vincular. La dependencia “emocional” no se expande a la toma de decisiones ni al desempeño de rol del sujeto. Estas características son cruciales a la hora de evaluar la pertinencia o no del diagnóstico. “En mi opinión la dependencia más fuerte, con muchísima diferencia, es la emocional. El componente sexual tiene su relevancia pero no influye en determinados comportamientos como la sumisión, la idealización de la pareja, la autoanulación, la ansiedad por una temida separación, etc. Además, si la dependencia fuera únicamente sexual no sería necesariamente con una única pareja, podría ser con varias simultáneamente”( Castelló Blasco, J.)
 
 
“La dosis hace al veneno” (Paracelsus)
 
“En los vínculos amorosos hay un cierto grado de dependencia emocional que por supuesto es completamente normal y saludable; es más, es el componente imprescindible para que las parejas funcionen. La diferencia entre la dependencia emocional patológica y la "normal" es únicamente de grado, es cuantitativa y no cualitativa. Dicho de otra forma, todos somos (o la mayoría) un poco dependientes emocionales, pero en un grado no patológico. De igual forma, puede existir gente un poco desconfiada sin necesidad de ser paranoide. La dependencia emocional como tal tiene un trasfondo patológico que implica sumisión, desequilibrio, autoanulación que puede implicar riesgo vital, aversión a la soledad, baja autoestima, etc.” (Castelló Blasco, J.). En la dependencia “normal” los miembros de la pareja potencian su desarrollo individual, la emocionalidad que sostiene la relación es positiva, aún cuando –como en cualquier relación- puedan existir conflictos pasajeros
 
 
 
“Los dependientes tienen pánico ante la ruptura y gran posibilidad de padecer trastornos mentales en caso de que se produzca. De hecho, uno de los dos motivos principales de consulta de los dependientes emocionales es el padecimiento de una psicopatología (generalmente, un episodio depresivo mayor) tras una ruptura. Este sufrimiento se puede producir con una persona que ha hecho la vida imposible o que incluso ha maltratado al dependiente emocional. En estos casos, el paciente no deja de recordarnos a un toxicómano en pleno “síndrome de abstinencia”…
... es más, son muy frecuentes la negación de dicha ruptura y los continuos intentos y exhortaciones para reanudar la relación. Es necesario añadir que esta tormenta emocional amaina milagrosamente cuando aparece otra persona que cubra las necesidades afectivas del dependiente, y es muy frecuente que la ruptura se produzca cuando se tiene ya otra relación. Cuando esto se produce, el centro de la existencia pasa a ser la nueva pareja. La diferencia con personas “normales” es que éstas suelen guardar un periodo que podríamos calificar como de duelo tras una ruptura amorosa, período en el que no se tienen muchas ganas de tener a otra persona porque la anterior todavía ocupa un lugar privilegiado. Tienen un miedo e intolerancia terribles a la soledad, base de su comportamiento ante las rupturas, de su necesidad de otra persona, del apego y parasitismo que tienen hacia ella u otras personas, etc. Esta intolerancia a la soledad se debe a que la relación del dependiente consigo mismo es muy negativa; con otras palabras podemos afirmar que no se soportan” (Castelló Blasco, J.) La adquisición de  nuevos patrones vinculares, en la psicoterapia, solo es posible cuando hemos interrumpido el circuito “pérdida-nuevo vínculo” y se ha logrado una clara consciencia del origen del malestar. 
 
 
 
Respecto de los aprendizajes que pueden llevar a la elección de parejas con características puntuales, que conllevan a una relación disfuncional, solemos encontrarnos con importantes polaridades. Quienes han aprendido a delegar sus espacios personales en función de los “otros”, estando la génesis de la dependencia en patrones vinculares que remiten a familias con roles desdibujados, por un lado. Y en su extremo, quienes en independencia de los modelos familiares, adoptan una actitud “altruista”, sintiendo más atracción por sujetos inestables, toscos, con dureza emocional, considerando que necesitan “ayuda” y “afecto” para convertirse en seres amables, estables emocionalmente, confiables.
 
En ambos casos, la expectativa y el quehacer por el “cambio” de la pareja mantienen las fases de mayor malestar sin que haya deseo de ruptura.
Al respecto dice Castelló:“Las causas de la dependencia emocional son lo suficientemente extensas y complejas. No obstante, sí podemos anticipar que, entre otros factores, la mezcla de carencias afectivas tempranas y el mantenimiento de la vinculación emocional hacia las personas que han resultado insatisfactorias son las responsables de la génesis de la dependencia.
El tratamiento es principalmente psicoterapéutico y a largo plazo, porque desde mi punto de vista la dependencia emocional es un trastorno de la personalidad en sus formas más graves y crónicas (suele haber una sucesión casi ininterrumpida de relaciones muy tormentosas y desequilibradas). Antes hemos hablado sobre la sensación de tristeza e infelicidad que planea sobre las vidas de los dependientes emocionales; el estado de ánimo es por tanto disfórico y con tendencia a las rumiaciones sobre posibles abandonos, sobre el futuro de la relación, el miedo a la soledad y qué podrían hacer para mitigarlo, etc. En consecuencia, la sintomatología ansiosa también es relevante. Las comorbilidades más frecuentes son, por tanto, con trastornos depresivos y ansiosos, y hay que considerar la posibilidad de antecedentes de trastornos de la alimentación como la anorexia o la bulimia. Autoestima y autoconcepto muy bajos. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que así como el miedo a la soledad es uno de los rasgos distintivos de los dependientes emocionales, la falta de autoestima , aunque esto en ocasiones no es así en tanto pueden desarrollar habilidades a lo largo de su vida en las cuales adquieran confianza y seguridad -por ejemplo en el área laboral-” (Castelló Blasco, J.).
Consideramos que la dependencia emocional presenta una sintomatología que la  distingue de estos trastornos, y requiere un abordaje específico centrado en los patrones vinculares, pero no podemos obviar la asociación de esta conflictiva a otros trastornos.
El tratamiento cognitivo conductual comienza con el establecimiento de objetivos terapéuticos a corto, mediano y largo plazo, priorizando aquellos problemas que más están afectando al sujeto al iniciar la terapia.