Conflicto es
una palabra que nos evoca disputas, enfados, riñas, problemas, discusiones,
cuestiones difíciles o “imposibles” de resolver. No es una palabra que guste,
¿verdad?
En nuestra
mente siempre aparece acompañando a situaciones desesperantes o, más bien, que
nos desesperan (ya que las situaciones en sí no son desesperantes, es el valor
que nosotros le damos, y en ocasiones sería útil plantearnos si otras personas
reaccionarían igual si les ocurriese “eso mismo” que nosotros vivimos como
conflicto, quizá nos sorprenderíamos al reflexionar sobre ello).
Cuando
hablamos de conflicto, suele haber una emoción de enfado entre medias. ¿Eso
significa que esta emoción sea negativa? Es desagradable, no hay duda de ello,
pero tiene una función, nos ayuda en el sentido de que aparece para informarnos
de que algo nos está dañando. Nos alerta, nos moviliza: nos lleva a actuar para
remediar la situación.
Con frecuencia
el enfado es confundido con agresividad, cuando ésta es una sola de las formas
en las que el enfado puede expresarse. El enfado puede canalizarse de otras
maneras, simplemente escribiendo, hablando o “descargándolo” a través de la
realización de algún tipo de actividad.
En nuestra
percepción de las cosas se haya el enfado, y no necesariamente significará que
haya alguien que se haya portado “mal” con nosotros. Esa persona puede habernos
dicho algo y nosotros entenderlo como un mensaje con doble sentido.
El lenguaje a
menudo da lugar a equívocos: da igual que sea hablado o escrito, y si no se
cree esto último sólo hay que pensar en la cantidad de discusiones que pueden
surgir a raíz de un mensaje de whatsapp.
Por ello, con
el fin de evitar malentendidos, una buena idea es la de esperar un poco si
vemos que abordando el tema que nos molesta vamos a ser incapaces de manejar la
agresividad. Saber esperar y trabajar la paciencia, puede sernos muy útil.
Cuando nos sintamos
más tranquilos y dispuestos a escuchar a la otra persona, sus razones y su
visión de la situación, ya se podría sacar el tema y hablarlo. Podremos así
gestionar mejor la emoción de enfado: sin agredir a la otra persona,
entendiendo que cada uno es diferente y que cada uno puede hacer sus propias
interpretaciones.
Igual que a
veces nosotros no somos comprendidos por alguien, a pesar de poder estar
haciendo esa persona grandes esfuerzos por “ponerse en nuestra piel”, a
nosotros nos pasa lo mismo, y no siempre entendemos los mensajes en el sentido
que el emisor pretendía.
El enfado,
recordemos, está en nosotros mismos, ya que son interpretaciones que hacemos.
No podemos, por tanto, culpar a la otra persona desde que comenzamos a sentir
enfado, habrá que esperar a mediante el diálogo, ver otra visión del suceso que
tanto nos perturba.
Usemos el
“estoy enfadado/a porque al decirme esto he sentido que…” en lugar de “estoy
enfadado/a porque has hecho/dicho esto…“. Atreverse a mostrar las emociones
sentidas, nuestras necesidades, nuestros intereses… facilitando la comunicación
con los demás, y si tenemos dudas del sentido de una frase dicha por otra
persona, o de una acción ¿no será mejor preguntar?
Volviendo ya a
los conflictos, éstos pueden ser “silenciosos”.
Imaginemos una pareja, donde puede que una de las partes no esté de acuerdo con
la otra, o puede que ninguna esté de acuerdo, pero no se atrevan a decírselo.
Aparentemente están bien, porque no hay bronca o discusión, pero esto
¿significa que están bien? La respuesta es casi obvia: algo pasa.
El conflicto
existe aunque no se haya expresado abiertamente, está latente y terminará
surgiendo tarde o temprano. Quizá cuando las diferencias sean más grandes, y se
haga así más difícil la reconciliación, el consenso, por la agresividad que
puede mostrarse al ser expresada la disconformidad después de tanto tiempo.
A los
conflictos, como se dijo al comienzo, se les asocia con lo negativo. Entonces,
¿los conflictos son negativos? No tienen por qué, los conflictos pueden ser muy positivos, ya que nos sirven para
“revisar” situaciones. Nos pueden hacer evolucionar, mejorar algo.
Podemos
hallarnos en una actitud conformista, asumiendo unas determinadas
circunstancias que no nos acaban de gustar, pero a las que nos hemos
acostumbrado… El conflicto puede aparecer como una voz de alarma, y es que: si
no nos movemos del equilibrio, no nos movemos del lugar en el que estamos.
Gracias a
ellos podemos acabar buscando distintas alternativas y tomar decisiones
importantes. Podemos crecer, aprender… Si
me siento mal, si noto que algo falla ¿será que necesito cambiar ese algo?
Los conflictos pueden ser “conflictos”, o pueden ser oportunidades de
crecimiento.
Pueden ser la
clave para que nos adaptemos a una situación nueva (porque nuestro entorno, al
igual que nosotros, está en continuo cambio, no es estático). En una relación,
el que se genere un conflicto puede servirnos para revisar los intereses de
cada uno de los implicados. ¿Es tanta la diferencia? ¿o podemos llegar a un
acuerdo?
Si sabemos gestionar el conflicto, la relación
quedará fortalecida, al ganarse la confianza en
ella por el hecho de ver que puede sobreponerse a las dificultades y
desavenencias.
Por todo lo
anterior ¿por qué no empezar a ver los
conflictos como oportunidades? Eso sí, para que sirvan como tales deberán
ser abordados, ya que cerrando los ojos al conflicto y evitándolo no
solucionaremos nada, seguirá estando allí, no nos permitirá avanzar.
Fuente: http://psicopedia.org/4716/ver-los-conflictos-como-oportunidades/